Resumen
Siempre es imprescindible bucear en las raíces de lo real, de lo
contrario terminamos divagando en las nubes, olvidando o desconociendo
que la gran burguesía vasca, la que manda, ha sido y es una pieza
elemental del Estado español, y está decidida a seguir siéndolo; que su
hermana intermedia, la burguesía, nunca se ha atrevido a enfrentarse a
su hermana mayor, plegándose a ella y apoyándola en los momentos
decisivos; y que la hermana menor, la pequeña burguesía, sea nueva o
vieja, siempre ha estado rota en trozos, oscilando temerosa excepto muy
reducidos sectores suyos. Al no bajar a lo contradictorio terminamos
incluso por olvidar lo evidente, que existe el capitalismo como realidad
objetiva, estructurante, en la que malvivimos a la fuerza y que incluso
está metida en nuestra propia cabeza. Llega a estarlo tanto que cada
vez usamos más su propio lenguaje, sus conceptos. ¿Qué es la burguesía?
Ya casi nadie lo sabe, se intuye, se sospecha, pero un concepto clave
como este, que exige de inmediato saber qué es el pueblo trabajador, la
clase obrera, etc., está como desaparecido en la terminología de la
izquierda independentista, si excluimos algunos textos que nadie lee.
Sin embargo, la burguesía existe, como existe el imperialismo. En
Hegoalde, la burguesía tiene su Estado, el español, y además tiene los
gobiernillos prestados por el reino de España. Pero el futuro de estos y
otros instrumentos de poder y de opresión nacional de clase, ya no
depende sólo de la voluntad del bloque de clases dominante en el Estado,
sino cada vez más de las pugnas interimperialistas, por un lado, y de
las decisiones de euroalemania, por otro. La burguesía vasco-española lo
tiene muy claro, bastante más que Urkullu cuando implora el apoyo de la
española, parcialmente representada por Rajoy y Rubalcaba. Ahora usa a
Urkullu como usó a López, a Ibarretxe, Ardanza, Garaikoetxea… Para la
clase social propietaria de las fuerzas productivas y de nuestras
hipotecas y deudas, las personas son simples números en su tasa media de
beneficios, y por esto, para ella son más importantes las actuales
decisiones de Estados Unidos y Japón de intentar descargar la crisis
sobre el euro, sacando humo a la máquina estatal de hacer dólares y
yuanes, por ejemplo, que todos los premios sobre una supuesta paz.
Ahora mismo, las crecientes tensiones centrífugas interimperialistas
no antagónicas están siendo contrarrestadas por las fuerzas centrípetas
del imperialismo occidental dirigidas mal que bien por Estados Unidos.
Los Tratados de Libre Comercio en negociación con la Unión Europea y con
Japón; las exigencia a la Unión Europea para que aumente sus
aportaciones a la OTAN, y el apoyo al armamentismo japonés; el freno
sistemático a toda reforma de la ONU, FMI, BM, etc., para abortar
cualquier democratización burguesa de estas vitales instituciones
imperialistas; la agudización de la guerra soterrada con el mal llamado
BRIC (Brasil, Rusia, India, China); el proteccionismo interno ante la
tecnología china; el avance en el cerco militar a Rusia y China; los
golpes blandos político-militares y el impulso al terrorismo golpista
duro en todo el mundo; las maniobras para manipular el precio del oro,
de las energías, de los alimentos y medicamentos; las presiones para
imponer la ley capitalista de las patentes privadas, sobre todo en la
bioeconomía; el sistemático acaparamiento del agua potable; la guerra
teórica y práctica contra los derechos humanos y el renacer del terror
patriarco-burgués y del fundamentalismo cristiano, oculto bajo la
manipulación contra el Islam; el reactivado miedo al comunismo; el
reforzamiento del derecho al expolio, saqueo y violaciones inherentes al
falso derecho de intervención humanitaria; estas y otras prácticas
muestran la contraofensiva imperialista a escala mundial, dirigida por
Estados Unidos con el apoyo de la Unión Europea y de otras potencias.
El objetivo fundamental de esta contraofensiva no es otro que el de
intentar abrir una nueva fase larga de acumulación ampliada del capital,
una larga fase de ascenso sostenido de la tasa media de beneficio en
manos del imperialismo occidental en primera medida, y después de los
imperialismos y subimperialismo que aceptan la hegemonía del capital
financiero-industrial de alta tecnología norteamericano. Otro objetivo
tan importante como el anterior, inserto en su misma lógica, es el de
frenar el ascenso de subimperialismos, y si es posible hacerlos
retroceder en la jerarquía mundial. Una de las batallas estratégicas en
esta guerra económica es la de la supremacía financiera, la de la unidad
del sistema financiero bajo control anglosajón para dirigir en su
beneficio las tendencias a la desarticulación del sistema financiero
mundial. Y por no extendernos, otro incluso más importante que el
financiero es el del control monopólico occidental de una nueva
revolución industrial tecnocientífica que multiplique exponencialmente
su productividad del trabajo asegurándole recursos energéticos y
supremacía militar. El complejo militar-industrial ya se ha soldado con
el capital financiero, y sabe que la tecnociencia no depende sólo del
capital privado sino sobre todo de la planificación estratégica estatal
para ampliar el capital constante en todo lo relacionado con I+D+I.
La burguesía afincada en Euskal Herria quiere y necesita sumarse a
este imperialismo en la medida de sus fuerzas. Lo quiere por convicción y
esencia de clase, y lo necesita por supervivencia de clase. Puede
negociar puntualmente con China o con Rusia, o incluso con Venezuela o
Cuba, porque el dinero es el dinero, pero para cualquiera de estos u
otros negocios necesita de los Estados español y francés, de la Unión
Europea, de las Bolsas occidentales y del puño acorazado de la OTAN que
es la razón material última de la mano invisible del mercado. La
burguesía afincada en Euskal Herria está al tanto de las múltiples
crisis que minan al Estado español -desplome industrial y
tecnocientífico, debilitamiento de su unidad nacional burguesa,
corrupción cancerosa, retroceso en la jerarquía imperialista y
depauperación relativa y absoluta crecientes-, al igual que conoce los
informes sobre la podredumbre monárquica; el desplome de la casta
política; la tendencia al alza de populismos reaccionarios y racistas;
la importancia del narco-capitalismo, de la industria de la
prostitución, de la economía sumergida y del fraude fiscal. No se le
escapa nada de esto, pero lo acepta porque sabe que es el único
trampolín que puede impulsarle a nuevos negocios, sobre todo a no perder
los que tiene, y porque, a pesar de todo, ese Estado podrido y
contaminante es coproducción suya, es un instrumento que ella ha ayudado
a crear y adaptarse a cada nueva necesidad.
Es este contexto estructural el que nos explica por qué la burguesía
no quiere abrir ningún proceso de paz, porque sólo necesita su paz, la
de la explotación económica y nacional de clase normalizada, que se
dice. La burguesía afincada en Euskal Herria necesita su paz porque es
económicamente más rentable para asegurarle parte de la realización del
beneficio y para disponer de un espacio material y simbólico propio en
el que sostener parte de su acumulación ampliada. El espacio simbólico
adquiere cada vez más importancia en el capitalismo actual basado en un
trabajo complejo creciente, lo que exige de un espacio de cualificación
de la fuerza de trabajo dócil, alienada y sumisa, y la simbología
burguesa es aquí decisiva. Por esto mismo, es una paz esencialmente
unida a la permanencia del Estado español en nuestra nación. Y por pura
dialéctica de unidad y lucha de contrarios, es este contexto el que da
sentido a la sexta huelga general vasca del próximo 30 de mayo, como una
forma más de lucha de nuestro pueblo contra la explotación nacional de
clase que padece, una huelga que va a demostrar que aumentan las fuerzas
emancipadoras en nuestra «nación trabajadora», por utilizar una
expresión de Marx.
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 29 de abril de 2013
Euskal Herria, 29 de abril de 2013